Por Claudio Tiznado
El pretérito viernes reciente hubo derroche de calor en el famoso Club Obregón situado en el Centro Histórico de Hermosillo al pie del emblemático Cerro de la Campana, ya que en un ambiente de festividad los asíduos asistentes desparramaron bullicio a raudales, que se esparció como humo de cigarro por todos los rincones de este lugar que no pasa de moda en esta Capital.
Música y bebida, fueron el coctel propicio para que los parroquianos departieran alegremente desde sus mesas en un ambiente de camaradería, en una más de esas veladas nocturnas que sólo se viven en el conocido centro de diversión ubicado muy cerca de Radio Sonora, en el que conviven propios y extraños.
Al hablar del clima caluroso, no me refiero únicamente a las elevadas temperaturas que pese a la hora mantenían sofocado aquel lugar, sino a las ardorosas ganas de pasar un buen rato por parte de la animada y plural concurrencia que se apropió del inmueble para dar rienda suelta a la esperada diversión de fin de semana.
Un lugar donde todos y cada uno se reconocen e identifican, no por su presencia sino por su esencia, provocando la convivencia natural, cerveza en mano, propia de una singular taberna donde al calor de la bebida ambarina se evocan recuerdos y se respira el porvenir.
A la fecha esta cantina se ha convertido en un monumento a la diversidad en el que confluyen los más variopintos representantes de nuestra comunidad, pues lo mismo se puede encontrar a la despreocupada ama de casa como al ranchero más contumaz; desde el joven universitario hasta el más connotado funcionario de la comarca sonorense.
De igual manera, se puede encontrar en ella al abogado de profesión, que al señor de la tercera edad o pensionado, así como al vendedor de dulces o de cualquier tipo de productos que realiza su esfuerzo diario en pro de la sobrevivencia y se confunde entre el público.
Libertad y hasta cierta hermandad coexisten en esa vieja casona del primer cuadro citadino erigida bajo cánones arquitectónicos antigüos, como una fiel estampa del pasado, convertida hoy por hoy en un laboratorio social donde conviven en armonía los más divergentes pensamientos e ideologías que al rozarse no producen fricción, pues se asumen tal cual, sin necesidad de marcar la raya.
El viernes 26 del presente no fue la excepción al respirarse un dulce olor a pueblo combinado con una discreta dosis de política hasta ya entrada la madrugada, unidos ambos aspectos por las melancólicas melodías de la reconocida banda “Nibbel 70”, que lo mismo interpretaron canciones de los “APSON” que de “Los Muecas” y/o de cualquier otro grupo del recuerdo.
Esa noche, la música mantuvo largamente unidos a los corazones amorosos que se dieron cita al Club Obregón donde la regla no escrita de la casa siempre ha sido el comportarse a la altura pero sin guardar las apariencias, así como el respeto irrestricto al contrario, que de extraño pasa a convertirse al paso de las horas en un cercano por obra y gracia de la sana convivencia.
Y en esa atmósfera de distracción para abrir paso al sábado 27, los vientos de cambio que flotan en el País también se colaron en el lugar y fueron notorios, salvo para uno que otro despistado que no lo percibió por encontrarse atrapado involuntaria o voluntariamente, en el pasado reciente.
Me refiero a aquellos ciudadanos que aún no alcanzan a distinguir la diferencia entre lo que se fue y lo que recién llegó -y que aunque aún no aterriza del todo, enciende el anhelo de quienes queremos un mejor país en todos los aspectos-, y aquellos que a la mejor ya sintieron el cambio pero se resisten a darle crédito por cuestiones ideológicas, en su mayoría sin más argumento que el prejuicio, o en el peor de los casos aquellos identificados con el sistema político vigente hasta julio pasado que vieron considerablemente mermados sus ilegítimos intereses acumulados, fincados en la desgracia de las mayorías.
Bajo esa lógica, en la vigilia espectacular del viernes no debió pasar desapercibido el hecho de que el máximo representante de la Cuarta Transformación en Sonora se diera cita a bailar al también autodenominado “Club del Pueblo” en compañia de su señora esposa, como cualquier ciudadano común y corriente como lo hacía en sus tiempos de maestro universitario.
Circunstancia que, en lo particular, por ningún motivo me había tocado presenciar en esta capital, salvo la escena mediática que “nos regaló” en algunas ocasiones y en forma premeditada un ex gobernador que solía llegar a comer tacos de cabeza, también muy cerca del Club Obregón para, genuínamente o no, darse “baños de pueblo”.
Quizá Don Jorge Taddei Bringas asuma con naturalidad su puesto de “supérdelegado” y representante del gobierno federal de AMLO en la entidad como si nada hubiera cambiado en su entorno personal y profesional, pero lo cierto es que con su conducta en apariencia sin poses, paradójicamente también demuestra y asume que, para nuestra fortuna, todo está cambiando.
(www.tiznadonoticias.com)