14 August, 2025
Vanidad y votos
Columnas 3

Vanidad y votos

Ago 13, 2025

Luis Linares Zapata

El rebumbio mediático ha sido formidable. No sólo la opinocracia ha entrado de lleno a la condena y el escarnio. Un sinnúmero de columnistas y locutores, de menor o mediano empuje, ha subido voces y letras al estrado. El intenso golpeteo lleva atadas valoraciones, consejas y moralinas al por mayor. 

Las exhibiciones de aparentes, truqueados o reales usanzas de lujos, a cargo de personajes del oficialismo, son mostrados sin descanso por la oposición, ya sea ésta partidaria o ideológica. Hasta la misma Presidenta ha decidido mediar en el debate. Sin señalar infractores o condenar excesos de su gobierno o partido. Más bien subraya rutas de decencia, apego a normas discretas y formas de conducta moderadas. La justa medianía juarista fue el lema aceptado para la mujer o el hombre público. Pero su postura y opinión ha sido nublada por la trifulca, sin consideración alguna.

Las contradicciones entre la innovadora prédica partidista y las aparentes o reales trasgresiones han prevalecido en el teatro público. La vieja consigna romana es válida ahora: la mujer del césar no sólo debe ser honesta, sino, también, parecerlo. 

La historia documenta, ampliamente, los alardes y exhibiciones sin pudor, en tratándose de riqueza o poder. Ya sean hombres o mujeres los que se han pavoneado, con cuestionada valía, por sus derroches personales, usar escenarios o medios inadecuados y ropajes estrambóticos cuyos costos superan exigente normalidad. Numerosas revistas circulan por el mundo entero, haciendo alarde de posesiones y costumbres en busca de aceptación, aunque sea elusiva.

Muestrarios de joyas, palacios, viajes, vehículos o fiestas desbocadas aparecen ante envidias y cortedades de lectores, ávidos de imitación. Hasta periódicos nacionales, citando, compulsivamente, cotidianos trasgresores del oficialismo, resbala, al mismo tiempo, enviando, como encarte a sus suscriptores, gruesos anexos alabando a personajes de la farándula, citando bautizos de pudientes, exclusivas reuniones de ricos y notables o singulares presencias de algunos “elegidos”. Poco habría de añadir respecto a las aristocracias planetarias, presentadas como epítomes de la decencia, la herencia envidiada o la norma del buen andar, vivir y beber. 

El mundo es, ciertamente, testigo de flagrantes contradicciones entre carencias o necesidades, frente a la insultante abundancia santificada. Y no sólo son las muestras de extravagancias descocadas, convertidas en forzada referencia de conducta a imitar. Aparece también el llamado a resistir, tales tentaciones, con la sola palabra o intención voluntariosa.

Parece indetenible y público el despliegue de intimidades doradas de atrayentes personajes de “elevadas élites” o la simple farándula. Tarea difícil de contener o someter ante las que son débiles normas de recta y austera conducta. Rodeando, o detrás del abierto despliegue de riquezas, pulula una vanidad en urgente búsqueda de afirmación y pertenencia. 

La oposición conservadora cree haber encontrado la mina argumentativa para menoscabar al gobierno actual o a su partido Morena. Ha trastocado, valorativamente, el vacacionar en el extranjero, con el, supuestamente irrebatible, argumento de flagrantes contradicciones entre el hacer y el decir. Mostrar, ante los ojos del electorado o clase media acomodada, que no es posible imitarla por trepadores de la puritana izquierda. Hay en estos alegatos no sólo doble moral, sino un clasismo desbordado. 

El lujo, casi predican como axioma, es exclusivamente de “los nuestros”. Sólo la riqueza de origen y usos privados es aceptable, según este trucado pensamiento. Sólo nuestros ricos pueden hospedarse en buenos hoteles. Ustedes, funcionarios de la medianía, quedan excluidos del banquete. Si se atreven a acercarse a esta práctica serán echados al purgatorio y el descrédito. 

En verdad hay obligación de decir que no hay excusa para abusivos o francos ladrones del haber público. Deben, incluso, ser llevados ante la ley. La mínima sospecha de impunidad es hiriente, degradante incluso. Como tampoco hospedarse en un buen hotel (existen promociones) es prueba de malversadores. Pero no pueden exceptuarse compra y uso de carísimos relojes y joyas de gran valor o residencias que exceden salarios anuales o sexenales de funcionarios o militantes partidistas. 

Los muchos años, décadas ciertamente, en que los priístas lograron reducir las desigualdades, no disculpan el exagerado patrimonialismo de otros muchos que se beneficiaron en exceso. Tampoco los panistas quedan al margen de faltas punibles y no castigadas. Prestar condicionados servicios de abogacía legislativa para esconder fantásticos desvíos de recursos públicos en voraz beneficio de sus patrocinadores: banqueros y empresarios gandallas. Queda lo anterior como evidencia de su degradante doble discurso y moral. La correspondencia entre tal discurso y el voto ciudadano queda pendiente para próximas elecciones y apoyos.

(La Jornada)

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