
La nueva mentira: AMLO fue corrupto
“La idea es decir una sola cosa: si AMLO no extinguió la corrupción es porque fue parte de ella. Como si un bombero que no logra aplacar un incendio fuera el culpable del fuego. Tercer out. Ponchados mis ternuritas.”
Con el primer Grito de Independencia de la primera Presidenta de México se dio inicio a la campaña de una mentira de la oposición: que el Gobierno de Andrés Manuel fue corrupto. Cada vez que la Presidenta Sheinbaum avanza en el combate a la corrupción, la oposición dice: “Ah, pero ¿cómo que no lo hizo AMLO?, entonces, era cómplice”.
Esta bobería es el argumento. Es como si decimos que un proceso tan complejo como el combate a la corrupción tendría que empezar y acabar en un sólo acto, como si se pudiera extirpar como un órgano podrido de un cuerpo limpio y sano y no —como es— algo que se tiene que ubicar, investigar, y procesar hasta dar con los culpables y sus redes de posibilidad. Algo que sólo puede inhibirse tras muchos actos de cero impunidad.
Pero no. Ahora, el McPRIAN y los que quieren ser partiditos nuevos, como el de Salinas Pliego y el de Acosta Naranjo y Álvarez Icaza, con la enorme cauda de corrupción que ellos mismos arrastran como cola de dinosaurio, dicen: si AMLO no fue capaz de desaparecer la corrupción por completo es porque era cómplice de ella.
Es muy de la derecha pensar que existen soluciones instantáneas como Calderón ejecutando gente para terminar con el crimen organizado o Narro y Chestorivsky diciendo que podían terminar con la pandemia de Covid 19 en quince días o el conflicto de Chiapas en 15 minutos, como prometió alguna vez Vicente Fox.
Que se termine por decreto la ilegalidad y si no se hace es porque los encargados, no es que avancen en un proceso largo, sino que están metidos. Es esa derecha de la motosierra que Javier Milei, el argentino, le fue a regalar a Elon Musk en su debut y despedida como funcionario de Trump: si cortas, solucionas. El PRI nos engañaba con ese tipo de soluciones.
Imagínense que la corrupción en Pemex se terminaba cuando encarcelaban a Jorge Díaz Serrano o Joaquín Hernández Galicia, “La Quina” o que la policía se volvía honesta si metías a la cárcel al Negro Durazo o que el Fobaproa ya no lo seguíamos pagando el resto de nuestra vida y la de nuestros nietos si castigabas a Lankenau o a Cabal Peniche. Nada de eso resolvió más que las ansias de resolverlo.
Y, ahora, la oposición insiste en aplicarle ese criterio que ellos inventaron hace muchas décadas y que no funcionó a la Cuarta Transformación que es un proceso de regeneración de la vida pública, moral, y político, estético e histórico de muy largo impulso. No pocos izquierdistas se agarran de este mismo argumento falaz para fustigar con el rayo flamígero de sus buenas conciencias a todo lo que se les hace igual en todos los partidos, todos las formas de Estado, todas las maneras de hacer política. Así, no sé, Jorge Lavalle en el gabinete de Campeche o Ruvalcaba en la dirección del Metro de la CDMX es el signo inequívoco de que estamos viviendo un nuevo PRI.
Y es la misma óptica que la de la derecha: un proceso con un empuje que todos sabemos que durará décadas, se le mide con lo instantáneo. Imagínense si esa derecha y ese buenondismo leyeran el largo proceso de pacificación que le siguió a la Revolución mexicana: se volverían locos con los cambios de chaqueta, las soluciones de compromiso, y los juegos de lealtades que duraron otros veinte años.
Pero vayamos a la diversión. Enrique Krauze jamás nos decepciona. El 14 de septiembre, un día antes del Grito, Krauze publicó en el diario Reforma un texto que, si no fuera anodino, serviría para documentar la deshonestidad intelectual. Resulta que el texto de Krauze se afianza en una larga cita del sociólogo y economista Max Weber. Esto no tendría nada de malo salvo por el pequeño detalle de que la cita de Max Weber logra que Max Weber diga lo contrario de lo que propone su ensayo. Krauze toma frases aisladas del texto, silencia las partes que no le convienen para su anti-obradorismo y acaba atándolas con obscenidad a su propia denuncia de lo que él cree que fue la corrupción de López Obrador.
Vayamos por partes.
Hay que decir que la frase que recorta Krauze es justo la anterior a empezar la cita de Max Weber. La frase dice: “Tomemos la actualidad como ejemplo”. A Krauze no le conviene citar la actualidad a la que se refiere Max Weber y que es el invierno de 1918, en Alemania. El texto, llamado La política como vocación, es una conferencia a los muchachos que habían sido licenciados del ejército que había perdido la Primera Guerra Mundial y que ahora sufrían la condición de derrotados, la crisis económica derivada del Tratado de Versalles, y los graves acontecimientos políticos a los que dio lugar, entre ellos, el fin del imperio del kaiser Guillermo II y la proclama de una República socialdemócrata.
Esa conferencia de Max Weber fue hecha a invitación de la Asociación Libre de Estudiantes de Munich y cuando Weber propone hablar de la actualidad está hablando de esa situación, no de López Obrador, al que le faltaban 35 años para nacer y un siglo exacto para ser Presidente. Krauze borra esa primera frase para tomar entonces la larga cita que ocupa tres cuartas partes de su columna del Reforma. Krauze agarra a Max Weber, lo tortura, le hace pocito y hasta le da tehuacanazos para que diga lo que él quiere oír: que Andrés Manuel fundó un aparato de funcionarios que están prestos a recibir un botín a cambio de su apoyo. Bueno, Weber nunca dice algo así en su conferencia. Lo que dice Weber en sus 27 páginas de conferencia es que la política oscila continuamente entre las convicciones y la responsabilidad sobre sus consecuencias. Es decir, entre lo posible y lo deseable.
Cuando se refiere a un botín pone los ejemplos de Abraham Lincoln o de los partidos británicos y franceses porque está describiendo la historia de cómo pasaron del poder de los señores feudales que financiaban guerras y cobraban impuestos a un Estado moderno donde hay partidos políticos, funcionarios públicos especializados, y dirigentes de movimientos. No es que esté desacreditando con la palabra “botín” a la actividad política de los partidos sino que está tratando de explicar su historia de seiscientos años en Europa en el reparto institucional de poder una vez que se ganan las elecciones.
Pero la frase que cita Krauze fuera de contexto para tratar de abanicar contra López Obrador dice: “Quien quiera imponer sobre la tierra la justicia absoluta valiéndose del poder necesita para ello seguidores, un aparato humano. Para que éste funcione tiene que ponerle ante los ojos los necesarios premios internos y externos. En las condiciones de la moderna lucha de clases, tiene que ofrecer como premio interno la satisfacción del odio y el deseo de revancha y, sobre todo, la satisfacción del resentimiento y de la pasión pseudo ética de tener razón; es decir, tiene que satisfacer la necesidad de difamar al adversario y de acusarle de herejía. Como medios externos tiene que ofrecer la aventura, el triunfo, el botín, el poder y las prebendas. El jefe depende por entero para su triunfo del funcionamiento de este aparato y por esto depende de los motivos del aparato y no de los suyos propios. Tiene, pues, que asegurar permanentemente esos premios para los seguidores que necesita, es decir, para los guardias rojas, los pícaros y los agitadores”.
Max Weber está hablando de los espartaquistas de Rosa Luxemburgo en Alemania que estaban planteando conducir a la nueva República al socialismo. Max era socialdemócrata y estaba en contra de los socialistas. Por eso habla de “guardias rojas y agitadores”, porque, como ya dijo, Max está hablando de la actualidad alemana del invierno de 1918, no está haciendo todo el tiempo una prescripción de lo que debería de ser sino de lo que es esa revolución que están planteando, no un parlamento, sino consejos obreros. Pero, en cuanto a los partidos políticos, no está más que describiendo cómo funcionan para organizarse, financiarse, y repartir cargos públicos. No está haciendo una valoración de sus objetivos. Cuando lo hace, fragmentos que Krauze desecha, los elogia.
La conclusión de toda la conferencia de Max Weber es esta: “Historia, que en este mundo no se consigue nunca lo posible si no se intenta lo imposible una y otra vez. Pero para ser capaz de hacer esto no sólo hay que ser un caudillo, sino también un héroe en el sentido más sencillo de la palabra. Incluso aquellos que no son ni lo uno ni lo otro han de armarse desde ahora de esa fortaleza de ánimo que permite soportar la destrucción de todas las esperanzas, si no quieren resultar incapaces de realizar incluso lo que hoy es posible. Sólo quien está seguro de no quebrarse cuando, desde su punto de vista, el mundo se muestra demasiado estúpido o demasiado abyecto para lo que él le ofrece; sólo quien frente a todo esto es capaz de responder con un “sin embargo”; sólo un hombre de esta forma construido tiene vocación para la política”.
Si vamos a tomar las frases de Max Weber como dogma, tomemos el final de esa conferencia de 1918 para describir al propio Andrés Manuel, y cómo se levantó de cada fraude y campaña sucia en su contra.
Pero hasta ahí de la forma presuntuosa y al mismo tiempo de estafador y fraudulento, deshonesto y embaucador, de Krauze o de quien haya escrito ese pobre texto. Al final, lo que quiere es decir sus mentiras. Firma Krauze estos infundios: “A cambio del poder absoluto el régimen premió a su séquito dándole el país como concesión”. Fuertes declaraciones y cuatro mentiras en una sola frase. “Poder absoluto” no es lo mismo que mayoría democrática. El “régimen” de la 4T se constituyó con la mayoría ganada en las urnas por Claudia Sheinbaum y no “premia”, sino que aporta los cuadros necesarios para los cargos que quedan vacantes en cualquier elección presidencial.
Por lo tanto, no existe un “séquito” porque no es un grupo que siga a un monarca o al Papa, como el propio Krauze sí hace con el rey de España del que es súbdito, sino que se trata de un movimiento popular que ha revitalizado la política como forma de pertenencia al país. Y ese país, por su parte, no puede ser concesionado como sí lo hizo Felipe Calderón al entregar 90 millones de hectáreas a las mineras extranjeras, de Salinas a Peña Nieto, es decir casi la mitad del territorio nacional. Esas sí eran concesiones, ingeniero Krauze. Pero nos explica, ya sin miedo al bochorno: “Todo fue prisa, discrecionalidad y opacidad: aduanas, puertos, aeropuertos. Para construir una refinería innecesaria (que no refina); un tren ecocida (sin pasajeros); una megafarmacia fantasmal (que no surte) y muchísimos otros engendros nacidos del capricho con lo que se creó una nueva burguesía concesionaria”. ¿De qué nueva burguesía hablará el ingeniero? Si fuera una nueva clase social se notaría que los antiguos empresarios han sido desplazados y ahora pululan en los márgenes de la clase media.
¿De qué habla Krauze? ¿Será de los comensales en restoranes que antes del aumento salarial no se veían y que tanto molestan con su morenez a Pedro Ferriz y a Alazraki? Sepa. Sólo él sabe para que citó mal a Max Weber y le abanico a López Obrador. El Tren Maya ha transportado a un millón 35 mil pasajeros desde su inauguración y se sembraron medio millón de árboles nativos en la selva para compensar los siete millones talados; la refinería de Dos Bocas refina un millón 144 mil barriles diarios de gasolina; la megafarmacia tiene 286 millones de piezas de medicamento de mil 800 claves distintas. Tercer strike, ingeniero Krauze.
El bateador emergente apareció al siguiente día, ya el mismo 15 de septiembre. Era Silva Herzog-Márquez también en Reforma, también en Latinus de Roberto madrazo. Dice lo mismo que Krauze. Sólo asegura ya sin molestarse por aportar una prueba: “No ha habido peor registro de la percepción de corrupción en la historia del país que la que se retrató a fines del sexenio pasado. Después de una leve mejoría, los mexicanos veían más corrupción que nunca. No hay duda de que la Presidencia de López Obrador alentó la corrupción”. Esto es simplemente una mentira. El índice de corrupción reportado por Transparencia Internacional fue de 26 puntos en 2024 contra los 37 puntos en el 2001 del estrenado Vicente Fox o los 35 puntos que tuvimos en 2015 cuando Peña Nieto.
Como Krauze con Max Weber, si uno cree la mentira inicial ya está listo para el resto del ensayo luminoso donde Silva Herzog-Márquez nos devela por qué ese índice que se inventó sí existe. Escribe con el fuste en la mano del caballerango: “A un año de dejar la silla, los escándalos lo rodean por todas partes y la imagen se descarapela. No es solamente que los escándalos manchen a sus hijos, a sus hermanos, a sus colaboradores más antiguos y cercanos. Es que ha quedado al descubierto la farsa de su lucha contra la corrupción”. No enlista ninguno de esos escándalos que ponen al descubierto la farsa que él dice.
Herzog-Márquez sólo se va de bruces como abanicador enloquecido. Escribe: “No combatió la corrupción, sino que la expandió y la fundió con el nuevo régimen a partir de sus alianzas partidistas, la coalición con los militares y a través de la destrucción de todas las instituciones de vigilancia autónoma”. Aquí se refiere —ternurita— al Instituto de Transparencia, cuya función fue evitar que supiéramos la lista de los beneficiarios del Fobaproa.
Pero sigue ahora con noticias frescas: “La trama del huachicol fiscal es síntesis perfecta de la estrategia corruptora. El control de los puertos y de las aduanas se le entregó a la Marina con el argumento de que ello terminaría la corrupción. En el discurso militarista los uniformados son sujetos moralmente superiores, mexicanos entregados al deber que no sienten tentación por los bienes materiales. En el momento de que los marinos se hagan cargo de los puertos, la corrupción termina, dijo el Presidente López Obrador. La militarización se presentaba como atajo administrativo, como clave de eficacia, como vehículo de austeridad. Fue, además de una gravísima regresión histórica, un festín para la corrupción, como empezamos a ver. Apenas empieza a revelarse el impacto corruptor de la nueva autocracia”. O sea, que a diferencia de Krauze que ve una nueva burguesía, Herzog-Márquez no la ve sino en forma de marinos huachicoleros fiscales, cuando los mayores evasores son sus aliados del PRIAN como ya escribimos en este mismo espacio la semana pasada.
Pero no importan las pruebas, de lo que se trata es de sembrar una corrupción al sexenio de López Obrador. A estos Krauzes y Silvas les siguieron muchos más en las páginas de Reforma, en Radio Fórmula, en Latinus, en TVAzteca. La idea es decir una sola cosa: si AMLO no extinguió la corrupción es porque fue parte de ella. Como si un bombero que no logra aplacar un incendio fuera el culpable del fuego. Tercer out. Ponchados mis ternuritas.
(SinEmbargo)