
El funeral del tal Charles Kirk
“El asesinato del señor Kirk debió terminar en una lección colectiva de cómo defender causas indefendibles (…)y en una exigencia más por la prohibición de la portación de armas en Estados Unidos. En vez de eso, terminó en un funeral de Estado”.
Debo confesar en esta videocolumna que, hasta hace un par de semanas, el nombre de Charles Kirk me era desconocido. Me niego asimismo a referirme a ese personaje con su mote hipocorístico y amistoso de “Charlie”, por la sencilla razón de que en vida fue un personaje dueño de una antipatía militante, indigno de un apodo afectivo, porque dedicó su vida a despreciar de forma inmerecida a todos aquellos que no fueran como él.
Y con antipatía militante me refiero a lo siguiente. Hay personas que nos son antipáticas porque padecen algún rasgo de personalidad que los rebasa y los hace poco sociables. Hasta cierto punto, esas personas y su enemistad con los otros no nace de que quieran caer mal. El caso del tal Kirk era opuesto: el tipo era un simpatizante de provocar y generar repulsión.
Se trató de un tipo que representa muy bien las añagazas de la nueva derecha estadounidense, esa que, después de la Guerra Fría, ha fincado sus desprecios en favor de una batalla cultural, en la que, con otros nombres, reivindican los antivalores de siempre: el supremacismo blanco; la familia conservadora patriarcal y una visión conspirativa del mundo en donde cada derecho humano logrado es producto de alguna gran conjura de minorías.
Como ocurre desde la Guerra de Secesión en Estados Unidos, donde los esclavistas se victimizaban diciendo que se les conculcaba su sagrado, legítimo y democrático derecho a vender esclavos, personas como Kirk usan el lenguaje de la democracia y la libertad para defender causas antidemocráticas y antiliberales. Cosa que han hecho, por cierto, los fascistas desde siempre. Y es que nadie que crea los valores mínimos del contenido democrático -que siempre reivindican a la alteridad y al respeto al otro- podría expresarse del modo en que el tal Kirk lo hacía sobre los afrodescendientes o los latinoamericanos.
Y nadie ya no digamos con un mínimo de sentido democrático sino de sentido común a secas, podría expresarse de las armas como el tal Kirk lo hacía, al compararlas con vehículos automotores y señalar que, así como en las carreteras hay accidentes mortales y eso no nos hace exigir la prohibición de los automóviles, las metralletas pueden generar balaceras y muertes de inocentes, pero eso es un precio muy justo que hay que pagar ante su utilidad.
Sólo alguien con problemas severos de comprensión básica de la realidad, o un provocador sociopático, podrían suponer que son comparables un invento cuyo fin es transportarse con otro cuyo fin es específicamente matar. Eso es no entender que las acciones que los seres humanos hacemos van motivadas, intencionadas, y ahí radica la más importante significación de sus consecuencias.
Esa es más o menos la obtusa y perversa manera que el señor Kirk tenía de ver el mundo. Y hay que decir que esa manera de ver el mundo destaca por su completa falta de originalidad, porque ascos deseosos de sufrimiento ajeno o de sobajar o perseguir a minorías ha habido siempre. En esa medida, ¿cuál es la relevancia de ese sujeto, ya que sus ideas merecen olvido y escarnio pero nunca reivindicación?
La importancia de Charles Kirk estriba en dos hechos, que son una paradoja y un enorme contraste. En primera instancia, el señor Kirk imprimió esfuerzos denodados en decir que las balaceras en escuelas estadunidenses eran algo así como un mal necesario que la sociedad debía aceptar, porque, como según él mismo dijo en 2023, “vale la pena un costo de sangre” con tal de mantener el derecho a las armas.
Pues bien, sin que esto signifique tolerar lo que ocurrió, es justo resaltar la esperable ironía de que el tal Charles Kirk fuera asesinado por una bala en un tiroteo individual en un campus universitario. Dicho de otro modo, el hombre fue víctima de un asesino que le dio un tiro de gracia real, pero para el terreno que preparó ese asesinato, el propio Kirk fue un artífice que labró con su lengua la creencia de que es válido o esperable que haya asesinatos así en los recintos escolares. Como bien dijo una frase que se popularizó en internet: yo no estoy de acuerdo con lo que le pasó a Charles Kirk, pero el problema es que Charles Kirk sí estaría de acuerdo con lo que le pasó a Charles Kirk. Ahí la paradoja que da relevancia al caso Kirk: un hombre al que le disparó una mano ajena pero en el gatillo iba también lo siniestro de la lengua propia.
En segunda instancia, vale pensar en el contraste que significa, antes de su asesinato, un personaje como Charles Kirk. Hasta antes de 2016 y el ascenso de Trump, se podría pensar en el último gobierno republicano de ese país hasta entonces, que fue el que encabezó George W. Bush de 2000 a 2008, y al cual se le puede considerar un grupúsculo de crápulas y mercenarios que gestaron diversas matanzas en Medio Oriente, tal como hoy Trump respalda a Benjamín Milekowski en su carrera genocida.
Pues bien, el séquito de Bush nos parecía una camada de mercenarios, halcones y neo-conservadores. Es decir, una excrecencia de la Guerra Fría tardía en Estados Unidos, esa que se aglutinó en torno a Reagan para contrarrestar a James Carter, a quien acusaron de blandenguería en América Latina y de permitir el triunfo de la Revolución Sandinista en Nicaragua en 1979. En ese grupúsculo de halcones había perversidad, belicismo y ambición sin límites. Pero por lo menos trataban de guardar las formas y había personajes siniestros, pero pensantes, que trataron de dar sustento ideológico a sus avanzadas inhumanas, como fue el caso de la exsecretaria de Estado Condolezza Rice, o los bushistas Paul Wolfowitz o el propio Colin Powell.
Dicho de otro modo, en ese gabinete bushista parecía haber, al menos, un intento esforzado de articular mentiras creíbles -como la farsa de las armas de destrucción masiva en Irak-, donde esas élites militares y económicas que representaban el bushismo, le hablaran a otras élites con ciertas formas que guardar.
Y ahí radica la novedad de esta derecha trumpista. Condolezza Rice, la cómplice de Bush en sus aventuras carniceras, era al menos una doctora en Ciencias Políticas y profesora de Stanford que sabía articular sus ideas, por muy perversas que nos parecieran. Hoy, el circuito ideológico trumpista está conformado no por ideólogos inteligentes y perversos, sino por troles de internet y mamarrachos célibes involuntarios convertidos en proyecto político.
¿Y cuál es la diferencia sustancial entre la perversa derecha bushiana y la perversa derecha trumpista, podría preguntarse? ¿De qué sirve hablar bien si los objetivos ilegítimos son muy similares entre unos y otros? Ahí parece estar la diferencia: el trumpismo grotesco hace ver a los halcones de Bush como eminencias. Pero eso no es lo sustancial.
Lo importante parece estar en otro lado: el vocabulario tosco, la indecencia abierta, las guarradas chumelescas que representan al trumpismo, y sobre todo el amplio alcance que tiene su vulgata en redes sociodigitales, le dan un peligro extra a ese espectro político. Porque ahora sus peroratas indignas no sólo están muy abajo y al alcance de cualquiera sino que cualquiera de abajo puede sentir que no sólo las oye sino que es capaz de emitirlas y mejorarlas. Ya no necesitas un doctorado y una cátedra en Stanford para ser un ideólogo conservador que gesta una matanza civilizatoria en Medio Oriente, ahora basta con que seas un payaso con acceso a internet para convertirte en un poderoso ideólogo entre las huestes de impotentes prepotentes que dan base al trumpismo.
El asesinato del señor Kirk debió terminar en una lección colectiva de cómo defender causas indefendibles hace que, literalmente, te pueda salir el tiro por la culata y en una exigencia más por la prohibición de la portación de armas en Estados Unidos. En vez de eso, terminó en un funeral de Estado donde la viuda del personaje dijo perdonar al asesino mientras que Donald Trump lanzó consignas a favor del odio a sabrá Dios quién, porque ya se sabe que el asesino de Kirk fue otro facho trumpista, en otra paradoja que revela que hacer mártir a un payaso ridículo, termina sin dar gracia.
(SinEmbargo)