
El nuevo régimen
“Quien no sepa que los ciudadanos en el nuevo régimen también tenemos responsabilidad sobre las consecuencias, no sabe lo que es la 4T”.
Con el primer año de la Presidenta Claudia Sheinbaum inicia un nuevo régimen político en México. Andrés Manuel López Obrador desmontó en parte al viejo régimen del PRIAN y su corrupción que borró las fronteras entre lo público y lo privado. Andrés Manuel desmanteló los organismos autónomos que decidían aspectos cruciales de la soberanía nacional sin representación ni control alguno y, además, estableció una nueva relación sin intermediarios entre los pobres y los derechos sociales. Desaparecieron las bolsas de dinero público oculto en fideicomisos, partidas secretas, y gastos suntuarios. Por su parte, en sólo un año, Claudia Sheinbaum le cambió el origen del poder a la Suprema Corte de Justicia y a la mitad de los juzgados: del dedazo presidencial a la votación popular.
Con el uso de la tecnología ha desmantelado otras posibilidades de corrupción en los trámites gubernamentales. Y viene una reforma política que cambiará la forma de la representación política de lo que ahora son los Diputados y Senadores, los partidos, y las instituciones electorales. Ambos, Andrés Manuel y la Presidenta, han seguido regenerando las funciones que el Estado mexicano dejó en manos privadas y extranjeras durante el neoliberalismo: los recursos del subsuelo, la energía, el agua. Han regenerado la soberanía nacional, es decir, los límites hasta donde llegan las decisiones del Estado desde el interés nacional. Y se ha creado un nuevo orgullo nacional, una nueva forma de pertenencia que es política y no económica.
Pero esta columna busca enfatizar en qué es este régimen muy distinto al anterior, el presidencialista que fundó el PRI y usó el PAN sin modificarlo un ápice. Porque —hay que decirlo y repetirlo— el neoliberalismo en México se aplicó gracias al régimen anti-democrático heredado del PRI. Por ejemplo, Miguel de la Madrid y Salinas de Gortari utilizaron el fraude electoral para poderlo instrumentar con fuerza a partir de 1988, al mismo tiempo, que también usaron a las centrales obreras y campesinas que eran la base del PRI —la CTM y la CNC— para impedir que hubiera aumentos al salario.
Emplearon a la CNC y hasta a organizaciones campesinas de izquierda para lograr que se destruyera por completo la propiedad colectiva en el campo mexicano, el ejido. Eso trajo nuevos latifundios que ahora tenían la justificación de que aumentaban las exportaciones de frutas, verduras, y carnes, y deshizo al campo de tal forma que los campesinos tuvieron una opción: migrar o entrar a las órdenes del crimen organizado.
Decir que la transición a la democracia existió porque llegó un partido distinto a la presidencia es una ficción porque, en realidad, lo que estaba sucediendo era la vil utilización de la anti-democracia para impulsar un modelo económico de saqueo, corrupción y concentración de la riqueza sólo visto en la dictadura de Porfirio Díaz. La élite que se benefició de este aumento de la desigualdad no fue otra que la que ponía recursos para las campañas electorales del PRI y del PAN. Así, este círculo de mutuo beneficio acabó en una puerta giratoria donde los exfuncionarios se convertían en empleados de las empresas que habían beneficiado.
De acuerdo al Banco Mundial, es decir, a una de las instituciones que nos aseguró que sólo adelgazando al Estado y privatizando todo podíamos salir de la crisis de los años ochentas, ese mismo dice después de cuatro décadas de fracasos: “México tuvo una creciente brecha de desigualdad salarial observada a partir del índice de Gini, el cual pasó de 0.398 en 1984 a 0.454 en 2018, teniendo el índice más alto en 2006 (0.490) De esa misma manera, entre 1981 y 2018 las familias más ricas acapararon la riqueza nacional un 40 por ciento más en cada uno de los sexenios, mientras que los más pobres se quedaban con el 1.4 por ciento de esa riqueza que generaban cada sexenio”. Ustedes disculpen, parece decir el Banco Mundial: las crisis no terminaron, sólo las aprovecharon el uno por ciento más rico de su país.
Pero qué tipo de régimen permitió esto. Pues el que fundó el PRI. Hay que recordar que es el asesinato de Álvaro Obregón, a dos semanas de haber sido electo para un segundo periodo presidencial, que desata la necesidad de fundar un nuevo régimen basado, ya no en un caudillo de consenso entre los grupos ganadores, sino en un método de concentración del poder fijo, al que llaman institucional. A partir de 1928, lo que sucede es similar en importancia a lo que hemos vivido desde 2018 pero muy distinto en sus contenidos y formas.
El asesinato por la derecha católica del General Obregón se da cuando la pacificación del país ha ido en aumento. Esta pacificación fue contra la rebelión de los cristeros pero, también, contra campesinos e indígenas armados que buscaban que se cumpliera con la nueva Constitución, con el Artículo que prohibía el latifundio, el 27, que Salinas de Gortari desfiguró. Se trataba de evitar tanto los levantamientos armados que tuvieron todos un caudillo y un plan como los enfrentamientos entre católicos fanáticos y comunistas, así como los que se defendían de las guardias blancas de los terratenientes.
Este proceso de pacificación militar fue acompañado de otro de carácter político que eliminó a la izquierda de la Revolución Mexicana: Felipe Carrillo Puerto en Yucatán, Basilio Vadillo en Jalisco, José María Sánchez en Puebla, Adalberto Tejeda en Veracruz, Francisco J. Múgica en Michoacán, Tomás Garrido Canabal en Tabasco, por una consideración táctica —podían generar más violencia armada y trastocar el reconocimiento de los Estados Unidos— y una ideológica: los ganadores de la revolución creían en la Constitución como un horizonte deseable pero imposible de lograr cuando lo que importaba era repartir entre los Generales un botín que les permitiera aplacarse. Esa es la única ideología con la que nace el Partido Nacional Revolucionario de Plutarco Elías Calles: aplacarse.
Lázaro Cárdenas sobrevive a la instauración del nuevo régimen por su enorme habilidad para navegar entre la izquierda agrarista y el obregonismo, siendo leal a Plutarco Elías Calles hasta ya no necesitarlo. Cuando alcanza la Presidencia, el General Cárdenas aplica la Constitución y logra el reparto agrario, una nueva educación para el trabajo, y la expropiación del petróleo.
Para sostenerse contra la derecha que ya se está organizando en forma de la falange a la mexicana, el sinarquismo de Abascal, y más tarde como el PAN de la burguesía industrial incipiente, Cárdenas recurre al último paso de la consolidación de un nuevo régimen incorporando todas las fuerzas organizadas de la base en un sólo Partido, el Partido de la Revolución Mexicana, PRM, que tiene en los obreros y campesinos afiliados su apoyo corporativo, es decir, que no viene de la decisión de cada obrero y ejidatario sino de la decisión del líder de las centrales sindicales, las mismas que usarán Miguel de la Madrid y Salinas de Gortari para privatizar las empresas del Estado mexicano y congelar los salarios.
Son las mismas centrales que le sirvieron a Cárdenas para repartir la tierra a los campesinos, implementar la educación socialista —es decir, para el trabajo— y nacionalizar el petróleo. Por eso los neoliberales no necesitaron un cambio de régimen, porque simplemente usaron al PRI y, a la llegada pactada con Bill Clinton, del PAN no hubo necesidad de cambio alguno porque ya estaba echado a andar el mecanismo de privatización, la condonación de impuestos a los más ricos, la obsesión con la exportación maquiladora, y el congelamiento de salarios y programas sociales.
Sobre esto último, los programas sociales, hay que recalcar que no eran derechos constitucionales como ahora, sino que dependían del cálculo político: Salinas de Gortari enfocó los recursos públicos a las regiones más priístas y castigó a las cardenistas. Zedillo hizo lo mismo y desde Fox dejaron prácticamente de existir para los más pobres. Todo se fue en el apoyo al emprendimiento de mis compadres.
Ahora bien, ese viejo régimen de control tuvo como centro a un Partido Único que decidía cada seis años a quien debía postular a la Presidencia y pasar por unas elecciones que eran de trámite. Lo decidía de una manera oscura y hasta la fecha se especula a quiénes se consultaba y cómo se decidía. Por ejemplo, Cárdenas decide que será Manuel Ávila Camacho porque hay un madruguete en el Senado a su favor y, luego, una cargada organizada por Miguel Alemán que así se pone en la carrera por la siguiente. Todo esto sazonado con una oposición plurinominal que va cambiando con los sexenios y que siempre incluye al PAN y a varias expresiones de la izquierda que, con sus divisiones, beneficia al régimen.
Hasta que llega 1988 y Cuauhtémoc Cárdenas, heredero del General, se desprende del PRI y Miguel de la Madrid ordena un fraude electoral descarado. Al final de su sexenio le asesinan a su candidato, Colosio, y hacen ganar a Zedillo pero hasta él sabe que no hay forma de seguir adelante si no hay un retoque del maquillaje aunque sea a favor del PAN. Con la presión de Estados Unidos llega Vicente Fox al poder. Es tan desastroso su sexenio que nuevamente tiene que recurrir a un fraude electoral para poner a Felipe Calderón mientras el PRI espera el que sabe que será su último regreso con ayuda de las televisoras y Odebrecht con Peña Nieto.
El viejo régimen tuvo, como decíamos su Partido Único, sus partidos beneficiados, y fraudes electorales cuando no le favorecían los resultados. También contaba con la represión que no consiste en que haya un policía en una marcha sino las masacres de estudiantes y campesinos, su desaparición, la tortura como método de la justicia, y la cárcel como escarmiento. Mientras, con el neoliberalismo se llenó de más cosméticos para embellecerse a sus casi 70 años de edad, con organismos autónomos que justificaban en su supuesta técnica neutral cosas como el congelamiento de salarios porque “aumentaría la inflación y asustaría a las empresas extranjeras” o la apertura indiscriminada del campo y la minería; con una retórica de la modernidad que hacía parecer cualquier alternativa como un regreso al pasado, aunque ellos mismos seguían siendo el viejo PRIAN.
Así llegamos a 2018, cuando 30 millones de mexicanos votan por Andrés Manuel, el doble de los que lo habían hecho en 2012. En 2024, Claudia Sheinbaum le agregó a esos 30, unos seis millones más. Eso señala la irrupción de los plebeyos en la política. Ahora, lo viejo es lo que se presentó alguna vez como la modernidad democrática: la alternancia entre el PRIAN y el PRIAN. Aunque Andrés Manuel es un dirigente carismático, su partido, Morena no se funda desde la cúspide del Estado mexicano como el PRI. Tampoco tiene sectores. Tampoco es un arreglo para aplacar al país. Morena es un movimiento pacífico con un brazo electoral que representa un nuevo régimen. Hay una fuerza desde la opinión pública y un partido organizado para las elecciones. Entre ellas dos se hace un equilibrio no siempre comprensible entre lo que debería de ser y lo que se puede hacer.
Andrés Manuel y Claudia Sheibaum representan al pueblo y eso cambia mucho la disposición de la legitimidad, es decir, lo que hace que les creamos y obedezcamos. El viejo régimen se estableció como un pacto de la élite cuya legitimidad dependía de la corrupción y la entrega de recursos públicos ilegalmente. Este nuevo pacto es entre el pueblo y una nueva moral pública. El pueblo no es la población, sino quien se designa políticamente como tal en su combate por ser el núcleo que se beneficia de la transformación. No hay una separación del movimiento con el partido por más que insistan en ello los que creen que los hace moralmente superiores estar en contra de todos los partidos.
Los partidos son necesarios pero también deseables porque pueden organizar lo posible y, frecuentemente, cargar con sus consecuencias. Pero quien no sepa que los ciudadanos en el nuevo régimen también tenemos responsabilidad sobre las consecuencias, no sabe lo que es la 4T.
Tampoco es la popularidad de ambos, Andrés y Claudia, sino su aprobación, lo que cuenta. Durante décadas, el PRIAN creyó que era cuestión de ser atractivos como un empaque de galletas. Lo que se tiene ahora es aprobación, es decir, estar tan de acuerdo en lo que se dice y hace que tomamos todos la responsabilidad de sus resultados y consecuencias.
Contra lo que dicen los mediócratas, la 4T acotó el presidencialismo porque lo despojó de miles de millones de pesos en partidas secretas, fideicomisos, condonaciones y prebendas que le permitían ejercer el poder de formas ilegítimas e ilegales. Con la austeridad republicana se terminó ese mecanismo del poder presidencial y se inauguró una Presidencia activa en la supervisión de obras y programas sociales, atención a las demandas, apertura a cualquier pregunta de los periodistas, y cercana como institución, no como persona. Es una Presidencia que tiene un plan propio para el desarrollo y bienestar de los más pobres. No depende de lo que dicte el Banco Mundial o Fondo Monetario Internacional, como fue durante todo el régimen del PRIAN.
Y, por último, haber eliminado a los intermediarios entre las demandas populares y la acción del Gobierno tiene, en el nuevo régimen, una doble vía: por un lado, la constitucionalidad de los derechos sociales que le quita al Presidente pero también Gobernadores y representantes populares la administración de las frustraciones y, por otra vía, la atención directa donde un ciudadano no es mejor que otro por estar en una organización. Es un cambio sustancial con respecto al corporativismo presupuestal del viejo régimen.
Algunos dirán que la corrupción en estados de la República no ha terminado y es cierto. Otros más dirán que la presencia de algunos grupos célebres por su corrupción e impunidad dentro del movimiento no debería de existir. Y están en lo cierto. Son cosas que se tienen que resolver con una buena supervisión anti-corrupción desde los municipios hasta las relaciones federales. Y, en el caso del partido, pensarse más como mayoría moral en lugar de puramente electoral.
Falta por hacer de la 4T algo real, no imposible, como lamentablemente el PRI consideró a la Constitución que surgió de la Revolución Mexicana. Pero lo que sí les puedo firmar es que estamos en un nuevo régimen, que el viejo no tendría asideros culturales y morales para regresar, así llegara disfrazado de 4T porque esta transformación es desde la politización de los plebeyos, proceso del que es resultado y garante la propia 4T. El viejo régimen aseguraba que ser mexicano era aguantarse y que la vida buena era exclusivamente la privada. Este nuevo régimen dice que, quien se sienta mexicano, está obligado a participar en política y que parte de la vida buena es experimentar los dolores y alegrías de los demás. Eso, créanme, hace casi toda la diferencia.
(SinEmbargo)