30 October, 2025
¿Qué significan las siglas del “nuevo” PAN?
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¿Qué significan las siglas del “nuevo” PAN?

Oct 29, 2025

Héctor Alejandro Quintanar

El PAN nació en 1939 como una reacción contra el Gobierno de Lázaro Cárdenas, sobre todo en lo relativo a la expropiación petrolera, la relación del Gobierno con los bancos y terratenientes, y contra la llamada educación socialista del general michoacano. Su origen fue una urdimbre compleja, como suele ser cualquier organización política, donde se vislumbraba una tensión entre sectores democristianos, algunos intelectuales conservadores de clase media y una raíz abiertamente pronazi.

El propio fundador Manuel Gómez Morin encarnaba esa contradicción. Intelectual universitario brillante que coqueteó con el socialismo, y funcionario institucional y original del Gobierno posrevolucionario, tenía también una faceta incómoda y grotesca, como su participación en la revista La Reacción (?), bien documentada por el maestro Rafael Barajas, plataforma impresa que era sin más una trinchera ideológica del nazismo en México, espacio donde el padre del PAN departió con otros fundadores cruciales del partido, como Aquiles Elorduy o Gustavo Molina Font.

En lo operativo, el PAN era una especie de partido de cuadros, es decir, una organización más debatiente que afiliadora, donde la militancia no era una cuestión de inscripción directa, sino parte de un proceso formativo. Así, la militancia no era una inmediata adhesión, sino un proceso que había que ganarse con base en la formación. De ahí que aún existiera en estos tiempos en el PAN la figura del afiliado adherente y el militante, con derechos diferenciados al interior del partido.

Esa era una disputa general de los partidos contrarrevolucionarios de los años veintes y treintas del siglo pasado, donde descolló por supuesto el caso del partido nazi alemán, cuyo origen estuvo marcado por el debate entre Drexler y Hitler, donde el primero buscaba que el partido fuera una especie de organización selecta, elitista, casi secreta, que operara con discreción para poco a poco lograr sus objetivos en enclaves neurálgicos de la política alemana; mientras que Hitler, cuya estrategia al final ganó, quería convertirlo en un partido de masas que, arrebatando a la mala a los socialistas sus métodos, pero no su contenido ideológico, saliera a buscar las simpatías de los obreros.

El PAN en México tuvo otra estrategia, que apostaba por la brega educativa, la formación de la ciudadanía en sus valores. Y debe decirse: si bien en el PAN siempre existió el ADN fascista nacido no sólo de los filonazis de la revista germanófila, sino también de los franquistas mexicanos y el fanatismo católico; también tuvo en su seno a personajes decentes que realmente estaban interesados por la democratización del país e incluso abrazaron ciertas causas progresistas, sobre todo tras el Concilio Vaticano II.

Ese momento sería definitorio para el PAN, porque, en esa década de los sesenta, habría una disputa ideológica interna que repercutiría en la famosa ausencia panista de postular candidato presidencial en 1976, a pesar de que en 1973 el blanquiazul había tenido muy buenos números electorales. El dirigente Ángel Conchello optaba por una línea intransigente de anticomunismo salvaje, muy a tono con la Guerra Fría, mientras que su contraparte optaba por un discurso más racional con grados de progresismo católico. La disputa fue insalvable y derivó en la ausencia del PAN en la boleta electoral.

En la parte organizativa, como recuerda Soledad Loaeza, el efecto principal de esa coyuntura fue que al interior del partido ganó más espacios el ala identificada con los empresarios broncos, toscos, beligerantes y anticomunistas fanáticos; en detrimento del partido de cuadros suscrito a las clases medias que fundó Gómez Morin.

Esa raíz setentera del PAN, bronca, iletrada, sobreideologizada en la Guerra Fría y proempresarial a ciegas, fue la que terminó ganando protagónicamente la Presidencia en 2000, con Fox y su entorno fundamentalmente de ultraderecha, a pesar de la presencia de moderados y exizquierdistas (como Jorge Castañeda, Aguilar Zinser o Rubén Aguilar) entre sus colaboradores; hecho que devino en el retroceso democrático entrañado en la turbia elección de 2006, donde Fox fue un contaminante absoluto, que logró imponer a la mala a Felipe Calderón, que siguió una línea parecida a la de su antecesor a pesar de que se decía entre corrillos blanquiazules que si Fox había sacado al PRI de Los Pinos en 2000, Calderón metería al PAN en 2006.

De esa docena trágica panista es que viene la crisis electoral del partido. En 2012, debido al sangriento y corrupto desempeño de Calderón, por primera vez en la historia un partido gobernante se iba hasta el tercer lugar en los resultados electorales. Pese a algunos triunfos locales posteriores, a nivel federal el PAN ha vivido dificultades electorales que trató de compensar aliándose a sus más acérrimos rivales históricos: el PRI y el PRD, porque consideró que peor que ellos sólo había un actor político: López Obrador.

Desde 2006 el PAN arrastra su crisis tras haber gobernado dos sexenios, uno tras un triunfo legítimo, y otro producto del fraude. El cénit de la crisis llegó en 2020, cuando el PAN formalizó el PRIANRD, a consejo de pésimos lectores de la política, como Roger Bartra, Francisco Valdés, Enrique Krauze o Aguilar Camín.

En lugar de convertirse en la fuerza que enarbolaría los valores de la transición a la democracia, como se autoerigieron, los de esa alianza sólo confirmaron lo que las izquierdas partidistas sabían, y denunciaron con acierto, desde 1991: el PRIAN es un proyecto neoliberal y de corrupción que, además, no podía blandir una causa como la democracia, luego de haber cometido canalladas intolerables en los procedimientos, instituciones y competencia electorales, como delitos estilo Pemexgate o los Amigos de Fox; o el agandalle corrupto del Consejo General del INE en 2003; o el golpe de Estado llamado desafuero de López Obrador en 2004-2005 o las turbias elecciones de 2006 y 2012.

Pasadas las dos históricas derrotas panistas de 2018 y 2024, el partido hoy hace una supuesta especie de autocrítica y relanza su logo y llama a una renovación. Pero su pasado, inmediato o a largo plazo, lo condena. El acto del fin de semana pasado parece ser una pantomima para fingir que se distancian del PRI, y mientras su dirigente nacional, Jorge Romero, un pillo que lidera al Cártel Inmobiliario de la Ciudad de México, hace hipócritas llamados a respetar la diversidad sexual, el partido preconiza y confirma el grito de batalla de las derechas radicales contemporáneas: patria, familia y libertad; que son eufemismos para edulcorar el conservadurismo patriarcal, la carencia de límites de los abusos del capital y el país como patrimonio personal.

A tono con la autocrítica de Marko Cortés en 2024, que se lamentó de que su candidata ese año fuera una mujer que defendió y prometió mejorar los programas sociales, el PAN parece querer volver a su raíz elitista, aunque disimule por aquí y por allá con alguna mojiganga inclusiva para pretender que es un partido moderno.

En realidad, Jorge Romero señaló su verdadera vocación, al decir que son el partido de la nueva derecha. Un gesto de sinceridad que sin embargo no es original. El señor Luis Felipe Bravo Mena, yunquista fascistoide del foxismo y el calderonismo, que fue dirigente nacional del PAN de 2002 a 2005, dijo exactamente lo mismo que Romero pero en 1989: “somos la nueva derecha y no tenemos nada de qué avergonzarnos”.

Pues sí, sí lo tienen, y esa vergüenza recae en que se trata de un partido que, como expuso el propio Cortés, ve mal a los derechos sociales y permite en su seno a entes como el tal Raúl Tortolero, un homófobo enfermo que se dedicó a hostigar a un panista que ondeaba una bandera LGBT en el acto de refundación. El PAN apuesta por la regresión aunque la disfrace de lenguaje incluyente. En ese sentido, cuando queramos ver lo que el PAN realmente piensa, pero no se atreve a decir, habrá que voltear a ver a entes como Tortolero o como Salinas Pliego.

En ese sentido, más que una renovación de su escudo, el PAN debió ser honesto y decirnos qué quiere que realmente signifiquen sus siglas. Aquí unas propuestas:

Partido Aristocracia y Nobleza

Partido Alianza Neofascista

Partido de Amigos Neocoloniales

Partido de la Abstención Nacional.

(SinEmbargo)

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