
La guerra organiza la acumulación de capital
Por: Raúl Zibechi
Es cierto que algunas grandes empresas lucran con el genocidio palestino, como lo denuncia la relatora especial de Naciones Unidas para los Territorios Palestinos, Francesca Albanese. También surgió días atrás que el Pentágono destinó 54 por ciento de sus gastos a empresas privadas entre 2020 y 2024, lo que suma la fabulosa cifra de 2.1 billones de dólares para engrosar las arcas de un puñado de grandes multinacionales de la guerra, según el Instituto Quincy para el Estado Responsable (https://goo.su/z3r6AL).
Pero la realidad del capital va mucho más allá de las ganancias de unas cuantas empresas, al punto que hoy podemos asegurar que la acumulación de capital no se sostiene sin violencia, sin destruir pueblos, sin masacrar mujeres y niños. Las guerras son las articulaciones de la acumulación del capital, independientemente de los estados-nación involucrados en los conflictos.
La complejidad de la coyuntura actual estriba en la superposición de diversos tipos de guerras que tienen, sin embargo, similares objetivos. Estamos ante guerras entre estados, como es el caso de Rusia y Ucrania o, si se prefiere, de la OTAN y Rusia. Además hay guerras abiertas, aunque no declaradas, de estados contra pueblos, como es el caso de Israel contra el pueblo palestino. Pero abunda también otro tipo de guerras, como las “guerras contra las drogas”, caso México, o contra las pandillas, la pobreza y hasta contra el cambio climático.
Aunque cada una presenta sus particularidades, todas apuntan al mismo objetivo: atacar y desplazar pueblos para facilitar el despojo. Acepto que esta forma de recortar la realidad puede dejar fuera algunas características de estas guerras, pero creo que es necesario colocarse firmemente del lado de los pueblos que, una y otra vez, son las víctimas de la acumulación capitalista y, por tanto, de las guerras. Una parte de las izquierdas y también de los movimientos sociales están optando por algunas potencias capitalistas (Rusia, China), frente a otras (Estados Unidos, Unión Europea), con el argumento de combatir al “enemigo principal”. Esto los lleva a establecer alianzas con aquellos que se posicionan contra el imperio estadunidense.
Creo que esta política es nefasta para los movimientos y los pueblos, ya que divide y jerarquiza, eligiendo víctimas defendibles, mientras otras son olvidadas. Llama la atención que se defienda al pueblo palestino, cuestión enteramente justa, pero no se hable del pueblo ucranio o del pueblo ruso, cuyos hijos están dando la vida por defender intereses ajenos, en una guerra para la que no han sido consultados. En un caso, el capital occidental arropado por Trump y la Unión Europea. En el otro, un régimen autoritario y capitalista, como el que encabeza Putin.
Más graves aún me parecen los movimientos que defienden abiertamente a China o a Irán, como sucede en varios casos en la región latinoamericana. ¿No podemos aceptar que las guerras entre grandes estados son guerras intercapitalistas? ¿Qué sentido tiene que quienes luchamos por un mundo nuevo seamos aliados del capitalismo de Estado? Porque éste es uno de los principales argumentos de quienes sostienen que China, o estados similares, son diferentes a los europeos o a Estados Unidos porque es el Estado el que dirige la economía.
No pocos argumentan que en China los trabajadores tienen acceso a la salud pública, a la vivienda y a otros beneficios sociales, por lo que establecen una diferencia con los países centrales del capitalismo actual, donde buena parte de estos servicios son privados. Siento decir que me parece un argumento muy pobre y que el capitalismo de Estado es tan capitalista como el de propiedad privada.
Parece evidente que el Estado sigue dividiendo aguas entre los sectores populares y entre los movimientos. No se comprende que el estado-nación ha mutado. De él se apropió el uno por ciento para convertirlo en escudo de sus intereses. Ya no existen aquellos estados del bienestar que se expandieron luego de la segunda guerra europea. La política del viejo continente contra los migrantes es apenas una muestra de ese brutal viraje.
Cuando vemos que la policía en California utiliza coches sin placas de identificación y que los uniformados se encapuchan para detener migrantes, deberíamos meditar hacia dónde van los estados, que algunos aún defienden como palancas de la emancipación colectiva. Entiendo que la cultura política, como toda cultura, evoluciona muy lentamente, por lo que cambiar los modos de hacer no será nada sencillo. Muchísimos colectivos y personas siguen pensando y actuando como si el capitalismo no hubiera mutado y repiten una y otra vez que las cosas siguen igual que siempre.
La esperanza es ver cómo algunos pueblos y organizaciones marcan otros rumbos. En particular, el empeño del zapatismo en acabar con las pirámides, nos muestra que 31 años después del alzamiento siguen caminando con otros modos, aprendiendo de los errores, que es el único modo de crecer.
(La Jornada)