16 November, 2025
La libertad según Salinas Pliego y la Generación Z
Columnas 1

La libertad según Salinas Pliego y la Generación Z

Nov 15, 2025

Por: Mario Campa

El concepto de “libertad” es el significante más disputado de la política moderna. Prueba de ello es que el eslogan “Viva la libertad, carajo” hizo Presidente a un improvisado. En nombre de la libertad, Washington comete crímenes atroces en el exterior. Bajo la bandera de la libertad, los barones ladrones del siglo XXI evaden impuestos. Con el estandarte de la libertad, las legítimas causas de la “Generación Z” global son importadas a México por intereses partidistas.

La libertad conlleva tal vigor movilizador que su definición y apropiación constituyen el corazón de la lucha ideológica. La hegemonía, entendida en términos teóricos como la capacidad de articular un discurso particular como el sentido común universal, se gana o se pierde en este terreno de disputa semántico. La batalla cultural, que no permite tregua alguna, obliga hasta al personaje Luffy a librar combates ajenos.

Las izquierdas han perdido, durante décadas, la batalla por el significante “libertad”. Han permitido que las derechas pedestres de Caminos de la Libertad o La Libertad Avanza prostituyan el sentido común —un constructo social— reduciendo el concepto a la no-interferencia del Estado. Para las diestras más radicales, cuando los Trump mandan, el gobierno nutre la libertad; cuando gobiernan las izquierdas, cualquier acción estatal es reducida al más burdo acto autoritario. Al regalar el significante “libertad”, las izquierdas juegan en cancha ajena. Si en ese marco pretenden oscuros intereses articular a la reacción para disputar el futuro de México, el progresismo debe alistarse para apretar el cuchillo ideológico en la boca.

La base filosófica de las dos concepciones de libertad fue formulada por el pensador Isaiah Berlin en su ensayo “Dos conceptos de libertad”. El filósofo liberal definió la “libertad negativa” como un espacio exento de coacción e interferencia donde un individuo puede actuar sin ser obstaculizado por otros. Berlin distinguió entre la “coerción” —una falta de libertad— y la “incapacidad” —que, según él, no es una falta de libertad—. Su famoso ejemplo es clarificador: “Si no puedo entender las páginas más oscuras de Hegel, sería una excentricidad decir que estoy oprimido o coaccionado”. En otras palabras, la incapacidad de entender a Hegel no es una falta de libertad.

Neoliberales como Friedman y Hayek tomaron esta distinción y la trasplantaron a la esfera económica. Para ellos, la pobreza o la falta de acceso a la salud no son formas de coacción, sino formas de incapacidad equiparables a no poder entender a Hegel. Un individuo sin techo, enfermo y analfabeto, pero que vive en un Estado con un libre mercado, es, según esta definición, completamente libre en el sentido negativo. Esta “falla de Hegel” es la justificación que permite a las derechas defender la libertad absoluta en un contexto de desigualdad extrema.

En efecto, “libertarios” como Milei llevan la libertad negativa a su conclusión más extrema. En Anarquía, Estado y Utopía, Robert Nozick formuló el principio de “auto-posesión”, según el cual cada individuo es dueño absoluto de sí mismo, de su cuerpo y de los frutos del trabajo. El corolario más infame de Nozick, aunque retóricamente atractivo, es que el impuesto al trabajo es análogo al trabajo forzado. Cuando el Estado reclama una propiedad parcial sobre el individuo, lo convierte en un esclavo parcial. Reducida al absurdo, la libertad de los libertarios justifica evadir impuestos frente al Leviatán opresor. Al catalogar su riqueza como trabajo esmerado, y no como rentas o abiertamente fraudes, los Salinas Pliego enmarcan sus fechorías como una batalla épica.

Magnates sin escrúpulos tergiversan la libertad negativa todo el tiempo. Por ejemplo, defienden la libertad de las corporaciones para usar su propiedad como deseen, lo que incluye la explotación de recursos y la contaminación. Es la “libertad de los lobos” para devorar a las ovejas, como Berlin mismo citó. Pero la salida del laberinto está en su segunda concepción.

En el anverso de la moneda, el filósofo definió la libertad “positiva” como la respuesta a la pregunta “¿Quién manda?” y como el “deseo por parte del individuo de ser su propio amo”. Es decir, no en función de una ausencia de coerción sino de su capacidad creadora. Para el escéptico Berlin, la libertad positiva, en su forma más extrema, engendra totalitarismos. Ciertamente, un tirano puede afirmar que representa una voluntad superior y forzar a los ciudadanos a ser libres. Pero los grises importan. Aun con riesgos, la libertad positiva es la vía para disputar el sentido común a las derechas.

Las izquierdas democráticas han buscado resignificar la “libertad” a partir de la pluralidad. La socialdemocracia europea, hoy venida a menos, intentó reconciliar la libertad con la igualdad. Su alternativa defiende la intervención estatal para promover equidad económica e igualdad social, sin abolir el mercado. El papel del Estado es garantizar la igualdad de oportunidades a través de servicios públicos robustos.

En la práctica, construir esas instituciones casi siempre exige domar los espíritus económicos más voraces. Para el economista Joseph Stiglitz, la “coerción moderada” puede, de hecho, aumentar la libertad de todos. Su ejemplo de los semáforos sirve como el antídoto retórico para el “trabajo forzado” de Nozick. Un libertario podría argumentar que un semáforo rojo es una coerción intolerable, una infracción de la libertad. Sin embargo, como señala Stiglitz, en un cruce concurrido, la libertad negativa de todos resulta en un atasco. La coerción moderada del semáforo, al regular la no-interferencia, es la condición necesaria para maximizar la libertad agregada.

Esta analogía da pistas para re-enmarcar el debate. Para enfrentar a los Salinas Pliego, las izquierdas pueden promover políticas y encuadres discursivos donde el Estado no quede como ladrón que impone “trabajo forzado” (a la Nozick), sino como facilitador de la libertad genuina (a la Stiglitz). Según el economista Amartya Sen, el Estado no debe imponer un funcionamiento específico, sino expandir las capacidades individuales para que las libertades individuales florezcan. A manera de ejemplo, los gobiernos progresistas no deben forzar a nadie a ser saludable, sino garantizar el acceso universal a la salud, la nutrición y la educación para elegir una vida saludable, si así se valora.

Un caso de éxito en México es la pensión universal a los adultos mayores. Su función primaria no es la caridad, sino la emancipación. Otorga a cada individuo margen para rechazar trabajos y aumentar su poder de negociación. Libera al trabajador de la dominación del empleador en sus últimos años de vida, cuando las capacidades menguan. Es un camino posible de muchos por construir.

En tiempos donde la “Generación Z” se activa contra las injusticias globales, la libertad será núcleo de disputa. El uso de símbolos como el personaje Luffy para luchar por la libertad negativa es conveniente al lobo que saliva por ovejas. No obstante, muchos jóvenes reclaman la legítima provisión de herramientas para enfrentar un mundo desafiante.

Si la izquierda logra superar el ejemplo mínimo del semáforo de Stiglitz para ofrecer con mayor ambición que la socialdemocracia horizontes creadores de capacidades individuales a la Sen, desarrollaría anticuerpos contra la amenaza de que la ultraderecha arrebate el sentido común y, en nombre de la libertad, aplaste los derechos de quienes rehúsan ser esclavizados a la pobreza. Como la “Generación Z” demostró en Nueva York votando cuatro a uno a Mamdani, la libertad positiva seduce cuando golpea los tambores de lucha contra los poderosos y los libres para delinquir. La batalla cultural no permite treguas, pero da momentos para cavar trincheras.

(SinEmbargo)

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