¿Por qué el engaño?
Debemos preguntarnos por qué el engaño, y partir de allí. Por qué Claudio X. González y otros actores políticos mayores (y menores) de la derecha mexicana (Guadalupe Acosta Naranjo, Emilio Álvarez Icaza y ahora Ricardo Salinas Pliego, etcétera) se dicen “ciudadanos apartidistas” sin interés político cuando todos sabemos, empezando por ellos, que buscan el poder.
Por qué llamaron a marchar “como sociedad civil” para “defender el INE” cuando todos sabíamos qué quieren, quiénes son, a qué se han dedicado estas últimas décadas y para quién trabajan. Por qué gritan que “somos Venezuela” y que “vivimos en una dictadura” cuando saben que el nuevo régimen viene de la voluntad popular; que irrumpió a partir de su derrota en las elecciones de 2018, con las reglas democráticas que ellos mismos fijaron.
Por qué Héctor Aguilar Camín, Enrique Krauze y los núcleos intelectuales y académicos que los acompañan hablan de autoritarismo: ellos conocieron los gobiernos del PRI; ellos saben qué es el PAN y conocen perfectamente qué es un gobierno autoritario; qué es un Presidente borracho que da manotazos en la mesa, que encarcela a los que se le oponen o que, de plano, los asesina. Ellos conocen esas historias, ¿por qué el engaño? El Gobierno de Andrés Manuel López Obrador no cazó opositores, como ellos saben y como hubieran querido para llorarle a algo. En cambio, y ellos lo conocen, Ernesto Zedillo sí lo hizo, como Carlos Salinas antes que él o como Vicente Fox, Felipe Calderón y Enrique Peña Nieto.
Debemos preguntarnos por qué Claudio X. se esconde en tantos logotipos; por qué se hace llamar representante de la sociedad civil y por qué se apropió del término “marea rosa”, que se utiliza para identificar a los movimientos de izquierda que tomaron el poder en América Latina en los 25 años que hemos vivido de este siglo. Por qué ahora utiliza falsamente las movilizaciones de la Generación Z en otras partes del mundo para supuestamente esconderse en ellas, y para tratar de esconder las intenciones de otros impresentables como Javier Lozano, Humberto Moreira, Alejandro Moreno y el río de derechistas disfrazados de progres.
Es un engaño que no engaña a nadie y que es, en realidad, autoengaño. Pero es interesante preguntarse por qué y a partir de allí encontrar respuestas. Por qué el engaño, por ejemplo, si todos sabíamos que la Marea Rosa de Lorenzo Córdova, José Woldenberg, Claudio X., José Ramón Cosío, Beatriz Pagés y otros iba a desembocar en la candidatura de Xóchitl Gálvez, como finalmente sucedió. No se necesitaba ser lumbrera para saberlo.
La mayoría entendió desde un principio que detrás de las movilizaciones para apoyar a Norma Piña, por ejemplo, había un robusto cuerpo de asesores del viejo régimen. La mayoría sabíamos que la marcha de hace tres años, de noviembre de 2022, no era para defender la democracia sino para reorganizarse y medir sus fuerzas después de la derrota de 2021; para prepararse electoralmente para 2024.
“Nuestro futuro no puede ser resultado de la seducción de un pasado que fue desterrado”, dijo en esa ocasión Woldenberg, haciéndose pasar por ciudadano apartidista, como lo hace ahora Lorenzo Córdova o como lo hizo desde siempre Luis Carlos Ugalde, el titular del IFE cuando el fraude electoral de 2006. Y la frase de Woldenberg es pegadora porque tiene la razón; porque nuestro futuro no puede ser resultado de la seducción de un pasado que fue desterrado; porque nuestro futuro no pueden ser ellos, los emisarios de un pasado mentiroso y lleno de artimañas.
¿Por qué el autoengaño? Quizás porque envejecieron mal; porque un buen día despertaron amarrados a las sillas ejecutivas de algún empresario al que no respetan pero que necesitan. Quizás porque alguna vez, en su juventud, condenaron a los que viven como marionetas de los intereses económicos y ahora son ellos las marionetas de los ricos, su único sostén. Quizás porque “hay que perderle el asquito” al PRI y al PAN, como diría Claudio X., y entender que finalmente se trabaja para estos dos partidos políticos podridos al momento mismo de nacer.
Quizás porque detrás de Mexicanos contra la Corrupción, por ejemplo, hay empresarios que nunca han leído uno de sus libros; élites de poder económico que apoyaron el fraude contra López Obrador en 2006 sólo porque lo odiaban y lo odian, y que ahora, por alguna vía, aportan para que “la resistencia” siga.
Es un engaño que no engaña a nadie y eso debe ser algo de lo peor de militar en la derecha mexicana, retrógrada como todas las derechas, incendiaria y bruta como todas las derechas. Imaginen a Krauze, a Woldenberg, a Córdova y a otros sometidos a poderes fácticos que les exigen “sacrificios”, como dar la cara y firmar desplegados, cuando estaban acostumbrados a ser el poder tras el trono. Debe removérseles algo adentro por hacer causa con Ricardo Salinas Pliego y Alejandro Moreno, con Lilly Téllez y Ricardo Anaya.
Debe ser brutal comprender que trabajaste gran parte de tu vida para decirte liberal, y ahora dependes de la buena voluntad de empresarios y políticos ricos y analfabetas. Entonces le perdonan a Claudio X. González que construya cadenas de engaños tan obvios que no engañan a nadie, pero que les permite sentir que se esconden, que nadie los descubre, que siguen en la zona de confort que les permitió ocultarse durante décadas. Debe ser terrible reconocerse en el espejo como un viejo malicioso que prostituye causas ciudadanas, que se hace pasar por “Generación Z” cuando antes se hizo pasar por “marea rosa”.
Por eso sirve preguntarse por qué el autoengaño. Hay algo de resignación y mucho de sinvergüenzada en decirse “sociedad civil” para defender los intereses de élites empresariales y políticas. Hay mucho de oscuridad del alma en simularse “ciudadano apartidista” y abrazar a Salinas Pliego para desquitar el odio contra López Obrador y contra Claudia Sheinbaum. Hay mucho de caradura en hacerse pasar por jóvenes y hasta usar un símbolo que no entienden, que viene del manga que nunca vieron, y convocar a una marcha donde se les verán las caras y donde todo mundo sabrá que son ellos.
Debemos preguntarnos por qué el autoengaño y a partir de allí entender por qué, si ya apoyaron a Xóchitl Gálvez; si ya marcharon con ella y por ella; si ya se tomaron la foto junto a ella y llamaron a votar por PRI, PAN y los restos indianos del PRD, ahora se disfrazan de otra cosa. ¿No les resulta más cómodo asumirse como lo que son? ¿No es incluso más cómodo dejar de ser sinvergüenza? Han lanzado tantos logotipos que ya nadie recuerda el anterior, sobre todo la gente con cierta edad que nunca antes había marchado y que ahora va de blanco al Zócalo, con sombreros caros como quien va de safari.
No deberían decirle a esa gente que ahora enarbole un logotipo de manga, no sean ridículos: les emocionan las cosas más simples, cosas que emocionan a cualquiera de derechas: Molotov, Ana Gabriel, Corina Machado, Arjona y sobre todo Cayetana Álvarez de Toledo y Peralta-Ramos, tan blanca ella, tan güera ella, tan hipócrita y de derechas como para que los aspiracionistas mexicanos se emocionen; con apellidos pegados con guiones, como los de los ministros de la vieja Suprema Corte o como los Reyes-Heroles González-Garza y otros que se sienten de sangre azul por haber hecho fortuna con el PRI.
¿Creen que engañan al Departamento de Estado de Estados Unidos, que ha puesto los recursos para movilizarlos? ¿Creen que engañan a la izquierda, que tiene toda la vida entendiéndolos, analizando sus fisuras para drenarlos? ¿A quién van dirigidos sus engaños? ¿O se disfrazan para que no los vean junto a Chumel Torres y Paty Chapoy? ¿Se guardan detrás de máscaras bobas para no sentirse lo que son?
El viejo PRI se apropiaba de los colores de la bandera para lucrar; para secuestrar causas explotó durante un siglo a Emiliano Zapata, a Francisco Villa, a Venustiano Carranza, a Francisco I. Madero e incluso a Lázaro Cárdenas, a quien odiaban.
Ahora el PRIAN no puede ni eso. Tiene que recurrir a un símbolo de manga que no entiende para encontrarse algo de sentido. Durante el neoliberalismo escupió tantas veces los estandartes de nuestra Nación que ahora debe usar una figura fea, distante, ajena. Qué crisis de identidad. Qué ganas de creer que engañan. Yo creo que es parte de la crisis de edad madura de Claudio X, González, aunque no lo puedo probar. Quiso ser el junior rebelde, el disruptivo, el activista, el de izquierdas. Quiso ser manzana siendo una piedra.
Y otra cosa: no deberían perderle asquito al PRIAN: ¿qué no entienden que son el PRIAN? ¿Qué les hace sentirse otra cosa? ¿Por qué se llaman Generación Z si se sabe, sobre todo ustedes mismos lo saben, que no son jóvenes ni son alternativos ni entienden el manga? Son PRIAN, carajo. No tienen nada que ver con un símbolo pirata con sombrero de paja; no son Marea Rosa; no son sociedad civil. Son el PRIAN. Asúmanse, o no les quedará ni siquiera eso.
(SinEmbargo)