
Mismo libro, distinto lector
“Nadie puede bañarse dos veces en el mismo río”, aseguró Heráclito de Éfeso (535-484 aC). Lo mismo sucede con un libro cuando volvemos a leerlo. Al respecto, lo que sigue es una versión abreviada de un capítulo de mi reciente libro Leer es navegar.
Hace varios años leí Matar a un ruiseñor, de Nelle Harper Lee. Entonces ignoraba casi todo sobre su autora, tampoco investigué acerca del contexto histórico en el que tiene lugar la novela ni me detuve a recabar datos en torno al año en que fue publicado el libro (1960). Regresé a la mencionada obra, la leí cuidadosamente, fijándome en la descripción del ambiente social/cultural y los personajes que intervienen en la trama.
La novela que súbitamente puso el nombre de Harper Lee en lo más alto del reconocimiento público transcurre durante los años treinta del siglo XX, periodo en el que repercutieron los efectos de la Gran Depresión iniciada en octubre de 1929. La crisis económica causó quiebras de bancos y empresas, drástico descenso del consumo de bienes y servicios, desempleo, reducción de los salarios y aumento de la pobreza.
La infancia de Harper Lee es evocada en el personaje llamado Jean Louise Finch (apodada Scout) en Matar a un ruiseñor. Ella, de casi seis años, junto con su hermano Jeremy (10 años) y Dill (el infante Truman Capote, vecino de la casa colindante con la de los Finch, y un año mayor que Scout), viven durante tres años, sobre todo en verano, intensas aventuras en Maycomb, Alabama.
El nombre del pueblo en la novela sustituye al real, Monroeville, donde el trío convivió intensamente y la cálida amistad entre ellos quedó capturada literariamente en la obra de Lee, lo mismo que en la primera novela de Capote, Otras voces, otros ámbitos (de 1948).
Scout, Jem y Dill se movían por el pequeño poblado de Maycomb, en el que casi todos sus habitantes se conocían entre sí. La afiliación eclesial de la población era mayormente bautista o metodista. Maycomb/Monroeville la describe Scout como una población antigua y fatigada. La vida transcurría con lentitud, “el día tenía veinticuatro horas, pero parecía más largo. Nadie tenía prisa porque no había adonde ir, nada que comprar, ni dinero para hacerlo, tampoco había nada que ver fuera de los límites del condado de Maycomb”.
Cuando Scout tenía ocho años, en 1935, la vida del pueblo se trastocó debido a que Tom Robinson, afroestadunidense, es acusado por la blanca Mayella Ewell de haberla violado. Robinson era integrante de la misma iglesia en la que se congregaba Calpurnia, empleada doméstica en casa de la familia Finch, la First Purchase African Methodist Episcopal Church. El templo debía su nombre (First Purchase, primera compra) a que fue adquirido con las primeras ganancias de esclavos libertos asentados en Maycomb.
El padre de Scout, el abogado Atticus Finch, toma el caso de Robinson, entonces ella le pregunta por qué aceptó defender al acusado, Atticus responde: “Todo lo que puedo decir es que cuando tú y Jem sean adultos, quizá vean todo esto con algo de compasión y cierto sentimiento de que yo no les decepcioné. Este caso, el caso de Tom Robinson, es algo que llega hasta la esencia misma de la conciencia de un hombre […] Scout, yo no podría ir a la iglesia y adorar a Dios si no intentara ayudar a este hombre”. En Matar a un ruiseñor la familia Finch era integrante de la Iglesia metodista. Harper Lee desde niña asistió a la Primera Iglesia Metodista Unida de Monroeville.
El viudo Atticus Finch tenía frecuentes conversaciones con sus hijos, particularmente con Scout, a quien explicaba pacientemente por qué debería esforzarse por comprender tanto a sus vecinos como a compañeros del colegio. Es así que le comenta sobre identificarse con otras personas antes de emitir juicios sobre ellas: “Uno nunca llega a entender realmente a otra persona hasta que considera las cosas desde su punto de vista, hasta que se mete en su piel y camina con ella”.
En Matar a un ruiseñor Harper Lee narra, desde la óptica de Scout, los pormenores del juicio: testimonios de quienes acusan a Tom Robinson de violación, actuación del fiscal de distrito, reacciones del juez y el jurado (compuesto solamente de hombres blancos). Atticus elocuentemente presentó pruebas de la inocencia de Tom Robinson. La apretujada audiencia escuchó la sagacidad del abogado para evidenciar que los prejuicios raciales de los blancos encubrían la verdad de lo sucedido en el caso que sacudió a Maycomb. Robinson fue unánimemente declarado culpable.
Al finalizar el juicio los afroestadunidenses silenciosamente miraban, desde el lugar designado para las “personas de color”, a Atticus meter en el portafolios la documentación que usó para defender a Tom Robinson. Entonces, relata Scout, “alguien me dio un ligero puñetazo, pero yo era reacia a apartar mis ojos de las personas que había abajo, y de la imagen del solitario paseo de Atticus por el pasillo. ¿Señorita Jean Louise? Miré alrededor. Todos estaban de pie. [Escuché] la voz del reverendo Sykes: Señorita Jean Louise, póngase en pie. Pasa su padre”.
Yo también me pongo de pie ante Nelle Harper Lee, porque nos legó una pieza literaria en la que hizo luz sobre la intolerancia, el racismo y la religiosidad protestante/evangélica que sucumbe ante los prejuicios y se deja arrastrar por la corriente del supremacismo blanco.