El dilema comercial de México: aranceles o no a China
Mario Campa*
El economista John Williamson condensó en 1989 un decálogo de reformas al que llamó “Consenso de Washington” por su amplia aceptación entre los tecnócratas latinoamericanos que entonces lidiaban con crisis y entre los funcionarios de la troika integrada por el FMI, el Banco Mundial y el Tesoro.
Con justicia o sin ella, el término resumió desde entonces la política económica deseable del neoliberalismo entendido como una filosofía política que encumbra al mercado global como soberano de facto de las naciones. En su origen, Williamson advirtió que los “mandamientos” contradecían la sabiduría convencional de países en desarrollo que abrazaron el estatismo de los años cincuenta.
El recetario nunca encontró consenso popular y hoy conserva vigencia solo entre turbocapitalistas o libertarios del tipo Javier Milei. Tras la recesión financiera del 2008-09, la pandemia y el actual conflicto geopolítico entre Estados Unidos y China, el mundo se mueve a contracorriente.
Treintaicinco años después del Consenso de Washington, la reforma 6 que recetaba “reducir barreras comerciales” amerita hoy revisiones. Palabras más o menos, el sexto mandamiento aconsejaba podar restricciones comerciales que promueven intereses especiales; daba preferencia a los aranceles sobre las cuotas y otras barreras comerciales arbitrarias, y subrayaba que una reducción tarifaria gradual obsequia tiempo de ajuste a las empresas nacionales y además genera ingresos al gobierno, a diferencia del rentismo por cuotas.
Desoyendo las críticas legítimas pero desarticuladas de las izquierdas, México y otros países latinoamericanos rebasaron al Consenso de Washington por la derecha con promesas de modernización y discursos fúnebres a la historia. El resultado fue mixto si a la honestidad se apela.
La reducción arancelaria en América Latina dio soles y sombras. Es paradigmático el caso de México, hijo consentido del Consenso de Washington que abrazó la heterodoxia sin mirar al retrovisor. Sin cautela ni recato, los gobiernos del PRI y del PAN eliminaron cuotas hasta su virtual extinción y rasuraron aranceles mediante la firma indiscriminada de tratados de libre comercio que hicieron de la economía mexicana una de las más abiertas en América.
En el 2023, el intercambio internacional de México sumó un 74 por ciento de PIB frente a un 67 por ciento de Canadá, 61 por ciento de Chile, 40 por ciento de Colombia, 34 por ciento de Brasil y 27 por ciento de Argentina y Estados Unidos. La apertura abrió aduanas a la exportación y puertos a la importación, en esencia de China.
Si bien las anchas avenidas despejadas al capital y al influjo de bienes ayudaron a domar la inflación, también colaboraron al estancamiento del crecimiento, la productividad y los salarios. El resultado fue una modernización parcial con pobreza y desigualdad que además enterró a la política industrial y hundió a una parte de los industriales nacionales engendrados por el PRI. El hijo pródigo cayó de ejemplo a oveja negra.
La receta importada fue seguida a conveniencia y sin planeación estratégica. Entre aclaración y autocrítica, Williamson explicó en el 2004 ante el Banco Mundial que el nivel óptimo de tarifas que pensaba en 1989 para una economía pequeña no era cero, sino un rango de 10 a 20 por ciento. El economista puso este nivel arbitrario intencionalmente arriba de cero para que economías modestas preservaran ganancias de términos de intercambio y poder de negociación en la OMC.
Añadió que en casos de industrias nacientes— como la automotriz brasileña en aquel momento— cierta protección es aconsejable frente a los subsidios directos por presiones fiscales que suelen sofocar a países en vías de desarrollo. A resumidas cuentas, mientras el disenso en Washington era sobre el nivel óptimo de protección, México fue más papista que el papa y enterró la geopolítica y la planeación por promesas de mercado incumplidas.
Ahora habitamos nuevos mundos donde el conflicto comercial de Estados Unidos y aliados con China cimbró la geoeconomía de Norteamérica. Obligados por la amenaza y la necesidad, primero Trump y después Biden dieron un giro de 360 al malentendido consenso.
Mediante decretos y leyes, ambos presidentes abofetearon a China con aranceles y premiaron el retorno de capitales con subsidios en sectores estratégicos como los semiconductores. En casos concretos como los automóviles eléctricos provenientes de China, la tasa arancelaria hoy rebasa el 100 por ciento.
El laboratorio de ideas Tax Foundation estimó recién que las tarifas inauguradas por Trump y profundizadas por Biden recaudaron 233 mil mdd entre el 2018 y marzo del 2024: 38 por ciento atribuible al republicano y 62 por ciento al demócrata. Por si dudas quedaran, el nuevo consenso en Washington es que la seguridad nacional y la protección industrial mandan.
El escenario regional vigente orilla a México a repensar su política arancelaria en clave estratégica. Canadá, Estados Unidos y Europa dieron pasos para proteger a sus industrias frente a la feroz competencia de armadoras chinas que ganan participación global de mercado.
Brasil, el país que Williamson puso como ejemplo de proteccionismo sectorial deseable en América Latina, reinstaló en enero una tarifa del 10 por ciento a la totalidad de vehículos eléctricos, misma que subió en julio a 18 por ciento y podría alcanzar 35 por ciento en el 2026.
Como respuesta, los fabricantes han jugado en Brasil, México y otros países con el marcador al (1) acelerar las exportaciones antes del choque tarifario y (2) al flirtear con la posibilidad de instalar fábricas para satisfacer mercados internos, mismas que al día de hoy siguen en estado de promesa incumplida. Ante la dilación, jugar a la ofensiva sería aconsejable.
La carta arancelaria podría ocultarse hasta pasada la elección en Estados Unidos. Si Trump gana, cualquier amenaza al proceso de revisión del TMEC o al régimen tarifario en la frontera sur podría ser contrarrestado si México pone sobre la mesa una salvaguarda unilateral contra China que proteja sectores estratégicos, eleve la recaudación aduanal y temple la furia vecinal.
El gobierno entrante podría escalonar y condicionar dichos aranceles para (1) minimizar represalias y disputas ante la OMC, (2) dar tiempo de adaptación a los exportadores chinos y (3) demostrar buena fe como activo geopolítico. En caso de que China materializase inversiones hasta ahora envueltas en humo, entonces un alto o giro parcial podría negociarse desde la ventaja.
Dice una de las leyendas checas más antiguas que mientras Procopio despejaba un bosque para labrar la tierra obtenida, unos vecinos vieron un arado con el diablo uncido al mismo (Sedlacek, 2014). La moraleja es que antes de concentrar energías en abatir el mal, es mejor usar su propia energía para alcanzar una meta— como poner un molino en un río turbulento en vez de realizar esfuerzos vanos para eliminar la corriente—. Hacer de la necesidad virtud o uncir al diablo al arado comercial implicaría consensuar con Washington, pero en esta ocasión como ventana a una nueva época de política industrial hecha en México.
*Mario A. Campa Molina (@mario_campa) es licenciado en Economía y tiene estudios completos en Ciencia Política (2006-2010). Es maestro (MPA) en Política Económica y Finanzas Internacionales (2013-2015) por la Universidad de Columbia. Fue analista económico-financiero y profesor universitario del ITESM. Es planeador estratégico y asesor de política pública. Radica en Sonora.
(sinembargo.mx)