El lenguaje “Stay Woke”
Defendido por la izquierda, rechazado por la derecha, este lenguaje novedoso expresa una de las nuevas modalidades del debate político contemporáneo y tiene en el centro la discusión sobre la inclusión, los prejuicios y el desafío a las estructuras tradicionales de poder y discriminación.
El origen político de la expresión stay woke (‘mantente despierto’, en español) es relativamente nuevo pues se activa en el nuevo ciclo de las luchas contra el racismo en los Estados Unidos de Norteamérica y por su radicalidad ante un statu quo conservador y violento, rápidamente fue asumido por las izquierdas de las democracias occidentales como una alerta contra cualquier forma de desigualdad social en relación con razas, género, orientación sexual o minorías.
Y aunque no faltan quienes lo ven o usan como una moda en la forma de hablar, incluso, como una suerte de caló renovado, de sectores sociales no necesariamente marginales sino de clases medias universitarias.
No es moda y, menos, entre los afroamericanos que lo han utilizado para crear conciencia sobre sus vidas y luchas contra la discriminación, la persecución y los tiroteos y golpes policiales que sufren con frecuencia los miembros de sus comunidades.
Por ejemplo, el movimiento woke tomó un nuevo brío en agosto de 2014, cuando fue asesinado el joven Michel Brown por un policía blanco en Ferguson, Misuri y eso, provocó, en distintas ciudades estadounidenses manifestaciones, protestas y enfrentamientos violentos entre la población negra y la policía, incluso, la intervención directa del entonces presidente Barack Obama y un pronunciamiento enérgico contra el racismo de Ban Ki-Moon, el secretario general de la ONU.
O sea, el término tiene un origen de rebeldía en las comunidades raciales brutalmente violentadas y ancladas a tradiciones políticas variopintas que van desde el armado de los Black Panther hasta el pacifismo de Martín Luther King pasando por los activistas de Black Lives Matter.
Todo, ello, ha sido fuente de inspiración y renovación pragmática, quizá, y permítaseme la especulación teórica, motivada por el pensamiento crítico de Hébert Marcuse quien sostenía desde el marxismo crítico en sus clases de filosofía en la Universidad de San Diego en los ya lejanos años setenta -y teniendo, como adjunta, a la legendaria militante comunista estadounidense Angela Davis-, que el sujeto histórico de la revolución ya no estaba en la clase obrera por su “aburguesamiento”, sino, que el actor revolucionario, se encontraba en el entonces llamado Tercer Mundo y en las luchas de las minorías raciales (léase de este autor para abundar Contrarrevolución y revuelta).
Este giro argumental contra la ortodoxia marxista no estaría completo sin considerar los efectos políticos que trajo consigo el derrumbe de la URSS y la caída del Muro de Berlín, como tampoco, el incremento de las clases medias producto de las políticas del Estado de Bienestar que se convirtieron en el espejo de contraste con la pobreza de consumo que existía, y existe, en el campo socialista con excepción de la potente China.
Entonces, dirán, exponentes de la derecha, con cierto gozo, que las clases medias occidentales son el mayor éxito del capitalismo democrático y el fracaso de la oferta igualitaria del socialismo soviético y ante esta realidad manifiesta, al menos hasta hace unos años, se hace visible la incapacidad de los personeros ideológicos y políticos de la izquierda para utilizar los viejos dogmas del marxismo pautado por la lucha de clases.
Y ante esto, da un giro discursivo hacia formas más visibles de desigualdad en el mundo democrático que no, hay que subrayarlo, en sociedades autocráticas por conveniencias políticas.
O acaso, para verlo domésticamente ¿el sector marxista de Morena o el PT esgrime sus viejos dogmas como argumento del cambio de régimen?
Claro que no, el argumento de estos y otros sectores dentro de la 4T atienden principalmente al discurso de las emociones que están detrás de la promoción de los apoyos sociales, la oferta de echar a los corruptos de viejo cuño y, ahora, la nueva hornada del llamado PRIMOR o la polarización bajo la matriz, izquierda-derecha, liberales y conservadores, ricos y pobres, fifís y chairos…
O, más sofisticados, el discurso de la desigualdad que proviene del género, el feminismo, el ambientalismo, la preferencia sexual o el indigenismo, lejos, muy lejos, de los antiguos lemas de la izquierda doctrinaria, clase contra clase, un gobierno obrero, campesino y popular o, simplemente, las elecciones como vía democrática para alcanzar el socialismo.
Entonces, estos temas del debate público en las democracias democráticas pluralistas que, por supuesto, no se reproduce con el mismo énfasis en los países del “campo socialista”, sin embargo, es un argumento perfecto en democracia para mantener a flote el discurso de la desigualdad y generar nuevas clientelas políticas especialmente entre los jóvenes, mujeres y grupos LGBTQ que son más susceptibles de aceptar por simple identidad y simpatía ante un hecho irrebatible en una sociedad cada día más compleja con sus nuevos clivajes sociales y políticos.
Esto que la derecha reprocha a la izquierda como la ideología de género o la “necesidad necesitada” de tener temas en un tipo de sociedad muy descafeinada, ideológica y estratégicamente más pragmática, que ha encontrado resistencias ante lo que se denomina “extremismo progresista” porque iría en contra del sentido común y las tradiciones culturales.
Vamos, hasta la RAE, ha tenido que tomar partido en este debate que a su juicio es excesivo porque en el vocabulario español contempla la inclusión y corrige la plana “progre” al decir que “todos” incluye a todos, sin distingo de género y, por lo tanto, para esta academia de la lengua el lenguaje inclusivo puede dificultar la comunicación en contextos formales o educativos.
En definitiva, el lenguaje woke si bien tiene aceptación en sectores “progres” de izquierda hay otro sector de la misma que lo considera irrelevante y siguen en la tradición lingüística, menos, todavía, entre los conservadores que lo ven como una amenaza para los valores tradicionales y familiares; entre los académicos que defienden la pureza del lenguaje y rechazan los cambios “artificiales” o entre los sectores populares que lo ven como un lenguaje elitista, promovido por sectores políticos que no tienen que ver con la realidad cotidiana de sus comunidades y simplemente lo ven como una pose “progre”.
(Sinembargo)